«Alalia» aparece con la impronta del don, pero es logro del quehacer poético arduo, tanto como de la visión cuyo origen se desconoce. Sin obsesionarse por adquirir oficio y técnica, asume ambos en la escritura, sobreimponiendo la expresión al virtuosismo, equilibrio que consigue quien tiene qué decir, naturalmente.
Su poesía fluye como corriente fecundadora. Al enfrentarse al mutismo aparente y circundante, discierne la disyuntiva: ¿por qué la voz y no el silencio?, ¿por qué la vida y no la muerte? Comprende que absolutizar esta percepción la convierte en una falacia. Y plasma el proceso: la metamorfosis del silencio; la asperosidad del ruido primigenio; la guturalidad inicial del ser, del árbol y del pájaro; la alarma de la palabra en el tiempo lo conducen hacia el canto orgánico y la música íntima que proyectan un crecimiento de la voz, ya extrapersonal. Así, lo obvio esquiva su morbidez y ocurre la armonía de los contrarios.
La palabra se convierte en fruto que adensa lo percibido y lo intuido; capta la sombra de la vida y la luz de la muerte, y viceversa.
(Samir Nazal: prólogo a la primera edición)
1 comentario:
Un libro prometedor. El poema que acompaña deslumbrante. Me pediste amistad por Twitter, la he aceptado y visitado tu blog. Me gusta y me quedo en él. El mío es Bitácora literaria por si te apetece pasar por mis letras. Saludos
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