20 de junio de 2010

Expropiación

En sus ojos, la estrella gris de la miseria,
el canto sedentario de la flama,
la trizadura de la fe naciendo de sus brazos;
el aire ya comido, sus niños vestidos con regalos,
infinitud de tardes calcinando la casa fiel,
tortura del poniente,
y la memoria paseándose feroz entre los cercos.
Yo la veía así
perdida entre unos platos,
joven aún como incesante herida,
con bandadas en el pensamiento.
Y no la vi afiebrado de mí sino hasta ahora
que el tiempo me hizo libre de su madriguera,
cuando ambos cruzamos pasillos sin aire,
cuando hallamos en el humo del bar ese crujido,
esa marea disuelta en la cabeza,
esa verdad tan suya como sus manos
o su hombre año a año más perdido.
Acaricié la oscuridad recién cortada
y la presencia de lo inédito: sus pasos.


Su voz subiendo al cielo las palabras;
mi voz perteneciéndole al silencio:
ambas subiendo al galope de la culpa.
Aquellas horas con ella no eran horas,
y el mundo afuera
de mezquino
no era el mundo,
cielo por cielo, voz por voz… esferas.
No sé, pero algo más dijimos.
Ella, quieta de tanto girar en la nada:
excesos de Babel sin laberinto.
Nadie quiso parecerse a Dios por dentro,
buscábamos el grito o la partera,
escudos que forman escuderos.
Y tuvo alas como olas perseguidas,
confesados en el riego del destino.
No sabíamos si el horizonte podía huir de pronto.
Sólo el ruido del ayer detenía nuestra marcha
y uno que otro asesino del brillo
que suele deambular sin nadie por la calle.
Puros en el principio de lo dicho;
únicamente nuestros, ancestrales;
primeros feligreses de la escucha.
Raíces moviéndose en un mismo miedo.

Otro poema de "Manía de Hojas" (2009)

2024: aniversario de «Alalia»

(Ilustración de la artista francesa Clo Guigues) SONIDO     Una lengua de pájaro -el verde-. La lluvia en su casa   -y en la mía-; dos ojos ...