11 de enero de 2011

"Escribir mal", un artículo de Andrés Neuman



Transcribo un breve artículo del lúcido escritor argentino radicado en Granada Andrés Neuman, disponible en su página web http://www.andresneuman.com/hemeroteca/revistaenie_detalle.php?recordID=16. Me parece un texto excelente para empezar otro de escritura.


Está de moda, sobre todo si se es joven o se desea llamar la atención, defender el descuido formal. Le atribuimos un equívoco prestigio a quien, incluso antes de haber logrado una página aceptable, desdeña la escritura elaborada. Empiezan a sonar correctas ciertas previsibles poses incorrectas. En semejantes circunstancias, podría resultar original la reivindicación del estilismo.




En otros gremios menos cínicos, a nadie se le ocurría sostener: «Cocinar bien es una cursilada». O: «Lo que me interesa es jugar mal al fútbol». O: «Las cirugías perfectas están anticuadas». Otra cosa muy diferente sería plantearse en qué consiste escribir bien. Pensar los delicados equilibrios entre el perfeccionismo y la libertad formal.




¿Qué sería, para mí, escribir bien en el mal sentido? Hacerlo como Mallea, Amado Nervo, Azorín, Antonio Gala. Heredando clichés, reproduciendo fórmulas consideradas de buen gusto. ¿Y escribir bien en el buen sentido? Hacerlo como Borges, Nabokov, Onetti, Valle-Inclán. Desautomatizando la prosa. A medida que se hace mármol, nos vamos olvidando de que Borges no fue un estilista ortodoxo: su castellano era tenso, anómalo y oblicuo. O de que Nabokov cultivó un inglés tan esmerado como extranjero.




La imperfección tiene poco que ver con la negligencia. Ningún texto suena más fresco por corregirlo menos. Al revés, lo primero que surge es la idea consabida, la frase prefabricada. Igual que la naturalidad se logra puliendo, la espontaneidad suele ser fruto de la paciencia. Aira o Fogwill jamás escriben mal: escriben raro. No son incapaces de escribir con excelencia: ya no se conforman con eso. Se han ido desprendiendo de sus perfecciones. En la transformación estilística operada desde Ema la cautiva hasta El tilo, por ejemplo, puede apreciarse con claridad ese proceso. Que hace de la desprolijidad un complejo punto de llegada, no un cómodo punto de partida. El síndrome adolescente, entonces, estaría en pretender que uno está de regreso de lugares formales a los que jamás ha ido. Mientras tanto, el lenguaje se aburre esperando a que lo exploren.

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