2 de marzo de 2011

Notas a la edición de VIVIR, ¿CUÁNDO COMIENZA? (Poesía Reunida) de Samir Nazal (1)


La gente que va sola, duerme sola;

el silencio se solaza con ella.


A su casa llega sola: no enciende luces.
La sombra osa abrazarla: vecina, se aproxima,
sigilosa: sienta sus blandos huesos
sobre el sofá y rebulle sus rodillas
contra la carne sola. Cruza las manos
la gente sola y accede a su promiscua
sonrisa. A veces, suspira o expectora
brutalmente. Alza la mano remisa
hacia eso.

El óleo consagrado de la calle
-consortes espectrales- pluraliza la espera.
Se esfuma el rostro en el espejo, hídrido,
acaso surge. Los retratos acechan
un asequible turno de perfumes.
Refugian los sueños: reflejan flecos,
borlas, tapices, cortinas, balcones,
enredaderas, el esbelto cenit.

La espalda de la gente sola es rugosa.
Ancha, comba, recelosa. Muy dura al tacto.

La gente sola no muere, queda sola.

Los versos anteriores pertenecen a Vivir, ¿cuándo comienza? (Poesía Reunida) del poeta y escritor Samir Nazal (1930-2008), obra en la que hemos trabajado con asombro, voluntad y rigor junto al escritor Daniel Pizarro (2) por más de dos años.

Contemporáneo y amigo de escritores de la Generación del 50 como David Rosenmann-Taub, Jorge Edwards, José Donoso y Armando Uribe, Samir Nazal nació en Limache en el seno de una familia de origen árabe, se educó en el Liceo Valentín Letelier de Santiago y estudió Derecho en la Universidad de Chile, para dedicarse más tarde por completo a las clases de castellano, de literatura y a los talleres literarios en los que formó a destacados escritores jóvenes, principalmente de la Generación de los 90 o, según la denominación de Maximino Fernández Fraile, de la Generación del 2002. El mismo “que escribía unos curiosos apuntes del natural y que influyó, quizá, en mi manera de enfocar el género de la crónica”, según Jorge Edwards o, en palabras de León Pascal, el “almirante vitalicio de la cultura underground santiaguina" que encontraba refugio para la confesión y la literatura en las noches a la usanza de la bohemia intelectual.

Uno de ellos

Cuando pienso en Samir Nazal, el estallido de imágenes que me asedia impide que lo vea o rememore en una sola construcción descriptiva que lo trace únicamente en su dimensión de escritor. Tendí tras su muerte a recrear cada conversación, anécdota y trabajo poético conjunto con la intención medio desdibujada de ordenar los recuerdos en una lógica que pretendía atesorarlos. Ingenua manera de revivir al maestro (apelativo que lo incomodaba), al amigo entrañable, al crítico severo y sensato, al poeta oculto, al lector imparable, al personaje ya mítico, al genio en contacto con lo profano y lo sagrado de la vida. Todo ello sin resultado esperanzador más que dejar que el tiempo otra vez ordenara la historia personal tamizada por la riqueza todavía misteriosa de su legado que aún falta por develar en muchos sentidos, pero renace a través de una vasta producción literaria que incluye inéditos de poesía, narrativa, crítica literaria y libretas personales que forman parte de un diario íntimo que al escritor le habría gustado titular Finis Cinis (Al final, la ceniza). Fue más generoso con la escritura de los jóvenes que con la propia.

A dos días de su funeral, regresé a su departamento en la calle Toesca, convocado por la familia Nazal, junto a otros cercanos al autor, para ser partícipe de la búsqueda y el hallazgo de su obra literaria que, a medida de que revisábamos manuscritos, notas y textos de diferentes épocas, nos fue deslumbrando cada vez más hasta darnos cuenta de que estábamos frente a un tesoro literario, lo que trajo consigo nuevas interrogantes con respecto a su opción por no publicar y la dificultad de decidir frente a textos que pertenecían a lúcidos proyectos literarios, algunos de los cuales se encontraban inacabados, pero por su indudable valor debían integrar el volumen de Vivir, ¿cuándo comienza? Poesía Reunida.

Fue sobrecogedor abrir la puerta y no encontrarlo, pero surgió de inmediato un compromiso real con el destino de sus textos. Cada uno de ellos se nos ofrecía como la apertura al descubrimiento de la voz (o las voces) que nos mostrarían más adelante en incontables sesiones al prolífico escritor que optó por el anonimato y la falta de interés por figurar en la “vida literaria” como lo confirma el poeta Premio Nacional de Literatura 2004 Armando Uribe cuando fue entrevistado por La Nación con motivo de la muerte del poeta: “Es de las personas que no necesitan la exposición pública, no tenía ninguna traza de exhibicionismo, como otros, dentro de los que me incluyo; él tuvo la enorme virtud de ser quien se es y quien se ha sido sin ningún teatro". (2) Así fue como manuscritos y escritos mecanografiados nos deslumbraron por su calidad y su cantidad, en una suerte de esplendor incomparable que confirmaba nuestra admiración por el hombre y artista que era y es en su obra.

Dejamos pasar un período para aquietar la pena y tomar distancia crítica que nos permitiera ver los textos como tales para reunirnos en la casa de su sobrino Samir Nazal Chacón, siquiatra y lúcido autor de una biografía novelada sobre el poeta, con el propósito de hablar sobre su figura e iniciar la fase lentísima del rescate de su obra, privilegiando la poesía como primera instancia.

Fue así como, entre otras propuestas aún en desarrollo, surgió el documental “Samir Nazal, poeta y maestro de poetas” del realizador Álvaro Gonzalez, y que se exhibió en parte durante el Homenaje “Samir Nazal: letra y vida”, que reunió a más de doscientas personas en la principal sala de eventos de la Biblioteca de Santiago en diciembre de 2008. En la ocasión, leyeron poemas inéditos jóvenes poetas y escritores que formaron parte de los talleres literarios que ofreció el escritor por más de tres décadas. Entre ellos, Amanda Durán, Feisal Sukhni, Mónica Montero y Macarena García.

Vivir, ¿cuándo comienza? (Poesía reunida)

La obra compilatoria reúne más de doscientos poemas en siete secciones agrupadas en torno a líneas temáticas que identifican una poética particularísima, de gran fuerza expresiva, desparpajo, desenfado e intensidad lírica que ya podemos llamar “nazaliana”, y que aborda mediante variadas formas poéticas el amor, el erotismo, la muerte, la vejez, el dolor, la compasión, la ternura y la escritura. Crónicas del desvivirse, Pastizales del Espejismo, La mirada de Adán, Litografías del exilio y Morada de lo inhabitable son parte de ella. En el corpus destacan, en una primera lectura, poemas como Salón, Mi gana es tu desgana, Si tú vinieras, cuánta fiesta; Ojos abiertos, Dios se confiesa, Incursiones al verano, Decididamente también el mar se duerme, Whe shall overcome, Nonato, entre otros más.

Además, considera la edición un estudio sobre su poesía y notas aclaratorias que sustentan la construcción discursiva del carácter orgánico del corpus textual, así como también antecedentes del proceso de recolección, lectura, selección y transcripción de textos poéticos inéditos –que exige siempre tiempo y pausa para la visión orgánica en la conformación de un libro de poemas- se convierte en una responsabilidad que obliga a reflexiones, determinación de criterios estéticos-literarios y fidelidad al extenso acopio de originales, muchas veces acompañados por más de una variante y escritos por el autor en distintas épocas de su vida, algunos poemas fueron escritos en las décadas de los 60 y 70, y otros incluso meses antes de su fallecimiento.

1993: Año del encuentro

Lo primero que conocí de él fueron advertencias de la severidad con que criticaba los textos literarios que leía y calificaba con juicio crítico insobornable, la brillantez de su intelecto y la capacidad para captar el talento literario cuando existía. Más adelante comprobé que era cierto, enriquecida la visión con su personalidad que cautivaba a todo el mundo. Uno no era el mismo después de haberlo escuchado y de haber recibido el consejo generoso de su intelecto. Me decidí entonces a enviarle el original de Alalia, mi primer libro de poemas que Samir Nazal prologó y presentó en el Centro Cultural de España el 14 de julio de 1994.

Era 1993 y yo había cumplido los 17 años cuando le envié libro empastado con letras doradas borrándose, en cuyo interior figuraban ilustraciones a grafito y un orden que yo ingenuamente creía terminado. Al pasar los días, recibí una invitación suya para visitarlo en una “librería de viejo” de la calle Manuel Montt, frente a Providencia. Y fui. Más allá del primer temor de su crítica, tenía ansias de conocerlo. Ya me era mítico y quería saber más sobre él. Nunca he conocido a nadie más afectuoso en mi vida, más alegre y más elocuente frente al amor a la vida. Gustaba de abrir las puertas de su casa a quien lo visitara. Y se convirtió rápidamente en padre de aquellos que no lo tuvimos. Generoso hasta la saciedad, preocupado de cada paso de nuestros destinos más privados y públicos; conversador y entusiasta, lúdico, ingenioso, artístico, trágico, malhablado y solemne, fluía naturalmente nuestra admiración en cada conversación que fue sumando años y años de gran aprendizaje. Discutíamos en torno a la obra de autores que él mismo nos iba presentando en las sesiones: Vallejo, Tabucchi, Cernuda, Pizarnik, Maiakovski, Ginsberg, Mistral, Kerouac, sólo por nombrar algunos. El poeta Armando Uribe declaró que “era una de las personas más ecuánimes que he conocido en mi vida. Conversar con él era una manera de alimentarse intelectual y espiritualmente".

Aparecí en la librería con timidez. Él me indicó una silla, me saludó afectuoso y me dijo "eres un palabrero, pero un gran poeta. Hay que pulir mucho". Luego hablamos de lecturas, de proyectos, de ideas y me desafió a continuar de memoria la lectura de algunos poemas de Gabriela Mistral que él admiraba mucho. Tuve suerte. Al cabo de dos o tres versos dichos por él, yo continué de memoria los que restaban para concluirlos. Esa mañana fue inolvidable. Aún lo veo reír, encantarse verso a verso, café tras café, palabra tras palabra. Yo estaba maravillado con su conversación, fue un "satori" (como decía él, es decir, "una iluminación") sentirme al fin al centro del corazón de mi familia. Lo supe un padre y amigo de inmediato. Y lo seguí siempre, durante los quince años restantes de su vida carnal.


Primeros atisbos de la memoria


Más adelante, conocí varios de sus amigos más cercanos y compartí a menudo con su entorno cultural y personal como Andrés Pérez, León Pascal, Daniel Pizarro, Manuel Peña Muñoz, entre tantos otros. Me hizo partícipe de lecturas públicas, conocí junto a él a Jorge Teillier; también me instó a trabajar de modo sistemático en mis poemas; pasamos muchas noches leyendo, riendo, llorando, contándonos historias, analizando lo inmediato, acechados siempre por el amanecer. Corregimos con entusiasmo mi segundo libro El amor insecto y pasamos juntos historias que poco a poco irán aflorando. Pero fueron años de gran fuerza, de "tristuras" como él las llamaba y de la "fiesta de vivir" a que siempre me invitó.

Cuando cumplí 30 años, y yo anhelaba trabajar en el tercer libro, me entregó la libertad para trabajar solo, porque, en palabras suyas, ya estaba preparado para ello. Quince años de taller le parecieron suficientes. Según sus palabras, era impresionante cómo yo llegaba hasta su casa con textos nuevos, haciendo correcciones que él habría determinado para ese proyecto poético. También le ha ocurrido a otros escritores y poetas jóvenes de la época, algunos de la Generación de los 90 que, al igual que yo, recibimos de él tanto que agradecerle. Quienes lo conocieron de verdad, saben lo que nos significamos uno para el otro. No corresponde que yo haga alarde de ello. Me quedo con su imagen viva, el llanto sin parar que me dejó su muerte, el júbilo de ser uno de sus discípulos más próximos y la poesía como destino que, al abrir la puerta de su departamento, me regaló para toda la vida. Recuerdo, por ejemplo, la lectura que hizo de su "Gente sola", transcrito para estas notas. Para mí, y fuera del lazo afectivo que me une a él, su obra literaria permitirá a los lectores y críticos de poesía no sólo conocer su talento, la precisión lírica y el tratamiento visionario de un universo poético provisto de gran fuerza expresiva, sino que también instalará su voz entre los grandes poetas chilenos del siglo XX, condición de la que él mismo renegó y se marginó voluntariamente para vivir concentrado en su obra y en la de los demás. Su presencia en la literatura chilena recién comenzará a conocerse y valorarse cuando se publique Vivir, ¿cuándo omienza? (Poesía Reunida), porque, concordando con el periodista Rodrigo Quiroz Ortiz de La Nación, Samir Nazal es “el secreto mejor guardado de la literatura chilena”.

NOTAS

1. Las notas que se presentan a continuación constituyen los primeros acercamientos a lo que será la primera edición de la obra poética de Samir Nazal bajo el título de Vivir, ¿cuándo comienza? cuya edición está a cargo del escritor, periodista y guionista Daniel Pizarro y del poeta y académico de literatura Cristián Basso.

2. Daniel Pizarro es periodista (Universidad de Santiago de Chile), guionista y autor del libro de cuentos La Carta Propia (Ril Editores, 1993) y de la novela Plaza del Sol Nocturno (RIL Editores, 2003). Obtuvo la Beca de Creación Literaria del CNCA para la escritura de su segunda novela.

3. Declaración del poeta Armando Uribe en el reportaje del periodista Rodrigo Quiroz Castro: “El secreto mejor guardado de la literatura chilena”, Diario La Nación, 8 de junio de 2008.

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA HERENCIA (Universidad de las Américas, 2011)


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