Fragmentos
A Lezama Lima
Del oído al caracol y al oído del caracol de nuevo como el salto de lo
fácil a lo difícil, en ese instante mismo en que sea capaz de abolir lo público
y lo privado porque decimos íntimo a todo lo que se nos escapa: Máscara y Río.
La intimidad en lo colectivo. Encontrar la muerte en ese sueño que uno solo
ve, abriendo el grifo del pasado para atisbar el salto de conciencia en ese
pequeño guiño del áspero final. En esta noche helada: dos llamadas seguidas,
mientras un pequeño chanchito de tierra cruza el espacio, silencioso, tranquilo
y se pierde… se devuelve ahora infinito, atolondrado, deshace el camino. Lo
miro preguntándole de dónde viene tan solo. Mientras tanto configuro la
película: esas visiones degradadas entre el vendido y el cobarde, ese tono
apocalíptico de depresión convaleciente y la gente se viste para vivir, se
viste para morir y se desnuda solamente en lo esperable. Un cuerpo de aromo
—recuerda lo que dicen de esta especie— en un solo segundo, una epidemia y para
mí su color-olor, revelación hondura para la quebrada. A partir de este
instante, todo se concentra y deviene encadenamiento de todas las
desapariciones: mi bisabuelo desaparece en una matanza, mi abuelo pierde su
camión de fletes, mi papá pierde su taller de bicicletas. El país como ladrón
de bicicletas. El cuerpo, “un bosque ideal que lo real complica”, muchos en el
desierto, muchos en el mar. (Un cuerpo sujeto-objeto pierde siempre a otros,
todos llevamos un cuerpo muerto que nos da ventaja).
La Nuez
Arado, andamio, en esta perra construcción que siempre nos espera y
aunque logramos abrirnos paso y volar... siempre cemento y tránsito. Red en
esta trama humilde ante un objeto humanizado que renace y en este arte de
empezar primero, para encontrarnos con el latido de la ausencia, la muerte y
su vitalidad difusa, mientras las coronas congelan el calor vivo del cuerpo nos
asalta la pulsión del recuerdo. Puedo mirar a ese muerto y entender, por fin,
qué le falta: la vida, esa vida que le sobra a la muerte. Entonces, enhebro
todas las palabras bonitas que he pedido y saboreando la inextinguible
antropofágica vitalidad como una penumbra lenta que no duele. Justo ahora que
el genio del bosque llena la ciudad de cenizas, arrebatándonos los mejores
momentos del año y no todos los días alcanzan la belleza. Justo ahora, tengo
una imagen fuerte: el mundo gusta de la armonía, por eso muchos se sienten
inclinados a la confianza. Sin embargo –desafiante– el mundo parece decirme: ¡descíframe
o te devoro!
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