Al salir del metro, me liberó verlo,
combiné infrarrojos, acercamos límites.
Lo seguí.
Fue perfecto perderlo de pronto
en el lapso que tardé desde el andén
hasta dar con la luz de una salida.
Caminé, pensando que corría tras su forma.
La luz distribuyó
una rápida serie de vidrieras.
Son cabezas -dije en el reflejo-
solo cabezas delante de mí,
cola de dragón caracoleando entre más gente.
En un silencio veloz,
la escalera eléctrica
acortó el cielo para ambos:
la espalda de enfrente
fue la espalda siguiente
para una historia que sabe de espaldas.
Seguí siguiéndolo:
escaleras escaleras,
corté la punta de la liana:
sentí como siente la pequeña franja
del ojo de un tigre.
En un segundo, cumplí mil años.
Bajé los brazos y rompí a llorar
sin más consolación
que el frío.
(Ser a la vez el pez y la pecera, Cuarto Propio, 2024)