4 de agosto de 2009

"Varona", primer libro editado de la poeta Mónica Montero



No canten canciones
ni ordenen la mesa,
no digan "hola, amor"
ni "adiós, cariño".
Que la saliva amarga que engedró
puede derrumbar.
La tierra oscila en tinieblas,
no se aleja mi duelo,
se nutre en la pestilencia,
muero en los ramos
deshojando soles,
maldiciendo el mar,
llena la boca de gusanos.
En esta hora de llanto,
no se atreva la flor a emanar
ni asome la luna.
Que esta oscuridad que duele
es mi dueña
y, antes de ella,
yo estaba sola.
(Varona, Primeros Pasos Ediciones, Rancagua, 2009, 71 págs.)
Para septiembre tiene previsto la poeta Mónica Montero Fernández presentar su primer libro Varona (Primeros Pasos Ediciones, 2009). Nació en 1966 en Santiago, participó en 1991 del II Encuentro Iberoamericano de Jóvenes Escritores que reunió en Reñaca a jóvenes poetas que siguen escribiendo y publicando. Su poesía ha permanecido dispersa hasta este año, editada en revistas literarias y figurando en antologías como 22 Voces de la Novísima Poesía Chilena y Génetrix: antología de poesía joven, prologada por Armando Uribe.
Extracto del Prólogo
“Varona” nos conduce desde sus primeros versos a la mítica Lilith, una suerte de alter ego que la voz poética debe cargar como condena, presagio o destino a medida de que avanza su confesión vital de desencanto como mujer insurrecta, temeraria, capaz de enfrentar todas las fuerzas que pudieran impedirle la salida de los dominios que le impone el hombre, lo social, lo cultural y hasta lo más humano: el amor.
Somos muchos los que escuchamos con admiración los poemas de Mónica Montero en noches de poesía en casa del adorable padre y maestro Samir Nazal y quizás otros anónimos lectores que en más de una noche de conversación, de humo y vino, de autores universales, de crítica e intercambio pudieron asomarse a los versos de una joven autora que prometía cada año la impresión de una obra en barbecho: Varona. Todos los que formamos parte de una generación que tendía a disgregarse en medio de la sociedad global oímos alguna vez el anuncio del libro. Ahora contamos con el deseo cumplido.

Sangre, maternidad, hijos al amparo materno, sombras, amarguras, secreciones, muerte, etapas diversas del día que transcurre, milagros que se esperan, rezos e increpaciones a un Dios que oculta en lo cotidiano las razones del dolor, alternan con el artista que debe equilibrarse en su destino con el idioma y con su propia naturaleza humana: la de vivir de todas formas, pese a la necesidad profunda que imprime lo cotidiano a cada poeta que debe pervivir y autoabastecerse. Son inolvidables el poema “La noche se acuesta conmigo/ sólo nos queda esta noche” o el antipoético “Padre nuestro que estás en la botella” o los versos que enriquecen el cuerpo de este libro.
(Prólogo a Varona, Cristián Basso Benelli)

1 comentario:

Zoldick dijo...

Estimadísimo profesor:

Leí ese poema y pude sentir algo similar a lo que Ud. describe más abajo...una suerte de impotencia de saber que "el destino", por llamarlo de algún modo, es un círculo del que no se puede escapar.
A mi me ha sucedido algo similar con el desamor, y es ahí, en esa tristeza, en esa suerte de desahucio, que he tratado de mostrar mis lamentos.
A la vez, ese estado anímico bajo ha sido base fundamental para escritos quizás más intensos y sufridos, pero siempre llenos de emoción. Es por eso que creo que la producción estéticamente más bella (según mi punto de vista) ve su mayor esplendor en los estados anímicos bajos, ya que uno escribe más con el corazón que con la razón (y la mayoría son escritos...oscuros, por decirlo de alguna manera)...por eso están tan ligados.
Al menos ese es mi parecer.

Saludos cordiales!

P.D.: Se me olvidó llevarle Juan Buscamares a la conferencia!


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